Retales de Historia

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lunes, 16 de octubre de 2017

La matanza de Tlatelolco

Ocurrió el 2 de octubre de 1968. Una concentración pacífica de estudiantes, reunida en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en México D.F., fue agredida brutalmente por soldados del ejército mexicano y por una facción paramilitar llamada Batallón Olimpia. La Matanza de Tlatelolco, como así fue conocida aquella tragedia, fue consecuencia de la represión llevada a cabo por el gobierno mexicano hacia una corriente social, el movimiento estudiantil de 1968, al que se sumaron profesores, amas de casa y profesionales de muy diferente origen, que no estaban a gusto con el autoritarismo del gobierno. En julio de aquel año, tuvieron lugar una serie de protestas, principalmente estudiantiles, en la capital de México. Había una gran descontento con el autoritarismo gubernamental, que no tenía en cuenta la autonomía universitaria, censuraban la subida de tasas escolares y la supresión de las ayudas del Estado.

Logotipo de las Olimpiadas de México 68. Fotografía tomada de la web buscada con Google


En 1968, México era observado desde distintos lugares del Mundo por las Olimpiadas que iban a iniciarse el día 12 del mismo mes. las autoridades mexicanas querían transmitir al resto del planeta una imagen de normalidad, cuidaban mucho su imagen exterior y, para ello, hizo lo imposible en controlar las comunicaciones. Por otra parte, y con el fin de canalizar mejor todas las quejas, los disconformes con el gobierno de la nación crearon el Consejo Nacional de Huelga.

Preparatoria Ochoterena. Fotografía tomada de la web buscada con Google


En el mundo se está viviendo la época de la Guerra Fría. En México, las universidades son foros de debate donde se habla de los problemas que acosan al país, pero el movimiento toma impulso en las "prepas" (escuelas preparatorias de acceso a la Universidad), y sale de ellas cuando el país se acerca a su momento de mayor exposición ante el mundo, los Juegos Olímpicos, que se celebrarán en octubre del mismo año.

El 22 de julio de 1968, después de un evento deportivo, tuvo lugar una bronca entre diversos grupos de estudiantes: por un lado, alumnos de la Escuela Preparatoria Isaac Ochoterena; por otro alumnos del Instituto Politécnico Nacional. Los granaderos (que no gozaban especialmente del aprecio de la población) se encargan de dispersar a los participantes en la bronca. Parece que el ambiente ya estaba caldeado por las diferencias entre el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, presidente de México, y los mismos estudiantes, que reclamaban calidad de vida, igualdad y libertad de expresión, entre otros derechos.

A la izquierda, Gustavo Díaz Ordaz. A la derecha, Javier Barros Sierra. Fotografía tomada de la web buscada con Google


Del 26 al 29 de julio, varios centros educativos se declaran en huelga, lo que sirvió de excusa para que entraran en sus instalaciones tropas del ejército y de los granaderos. El 29 se produce una concentración de alumnos del Instituto Politécnico en señal de protesta por la actuación de los granaderos. Luego tiene lugar otra que conmemora la Revolución Cubana. Finalmente, las dos multitudes se encuentran y se hermanan.

Se suceden los encuentros violentos, con heridos y muertos. Uno de los más fuertes fue el que tuvo lugar cerca de la calle 5 de mayo, donde concurrieron los estudiantes con los policías y granaderos, saldándose con un número en torno a 500 heridos. También se destruye la puerta de un edificio por la acción de un arma de gran potencia, una puerta tallada en el siglo XVIII que había en la Escuela Preparatoria de San Ildefonso.

En la imagen de arriba, Barros Sierra a la cabeza de una manifestación. En la imagen de abajo, tanquetas enfrentándose a manifestantes. Fotografías tomada de la web buscada con Google


Javier Barros Sierra, el rector de la UNAM, se manifestó en contra de lo ocurrido. El 30 de julio de 1968, enarboló a media asta la bandera mexicana que había en la Ciudad Universitaria, y pide la libertad de los estudiantes encarcelados. Entonces surge aquello de "¡Únete al pueblo!". Inmediatamente aparece el Consejo Nacional de Huelga, al cual pertenecen estudiantes y docentes de universidades. El movimiento estudiantil da lugar a una serie de peticiones que se ponen en conocimiento público el 4 de agosto de 1968:

1. Libertad a los presos políticos.

2. Derogar los artículos del Código Penal Federal que permitían la disolución social y sirvieron como instrumento jurídico para permitir la agresión contra los estudiantes.

3. La desaparición del Cuerpo de Granaderos.

4. Destitución de las autoridades policiales.

5. Indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto.

6. Que los funcionarios culpables de los hechos sangrientos fuesen revocados de sus responsabilidades como autoridades.

Aunque parezca mentira, en este punto, las autoridades estaban más preocupadas de la proximidad de las Olimpiadas que de los problemas sociales que había en México. El día 22 de agosto, el gobierno manifiesta su intención de hablar con los portavoces del movimiento estudiantil, quedando claro que las conversaciones tendrían lugar ante miembros de los medios de comunicación.


La "Marcha del Silencio". Fotografía tomada de la web buscada con Google


El día 26 (otras fuentes dicen que el 27), tiene lugar una manifestación que marcha en dirección al Zócalo. Durante el transcurso de la misma, se señala a Díaz Ordaz como culpable del descontento. Sócrates Campos, representante del movimiento, confía en recibir una respuesta presidencial: en torno a tres mil estudiantes montaron sus tiendas de campaña en el lugar. Cuando llega la noche del 28 de agosto, los estudiantes son dispersados a culatazos. Luego salen varios tanques del interior del Palacio Nacional. Estos tanques destruyen los asentamientos estudiantiles, mientras que los soldados se dedican a perseguir y a pegar a los estudiantes, de cuyos labios salía el grito de "¡México, libertad!".

Durante el mes de septiembre continúa el descontento. Se insiste en llegar al diálogo entre las diferencias partes, pero el gobierno no responde, dando lugar a la "Marcha del Silencio" (13 de septiembre), en la que los asistentes se amordazaron como parte de la protesta. Está claro que las cosas no se iban a quedar ahí, pues el ejército invade la UNAM el 18 de septiembre. Barros Sierra deja el cargo de rector unos días más tarde por no aceptar interferencias ajenas a la Universidad. Siguieron muchos más enfrentamientos, muchos de ellos con policías infiltrados entre las filas estudiantiles. En una de estas luchas, los estudiantes hicieron una serie de trincheras para poner obstáculos al avance de los vehículos blindados que ya habían sacado a la calle. Esta medida, en principio eficaz, se vino abajo cuando entró en escena el Batallón Olimpia. La teoría era que este batallón debía ayudar a proteger a los asistentes a posibles disturbios relacionados con las Olimpiadas.

Imagen de arriba: manifestantes ocupando la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el día 2 de octubre. Imagen de abajo: tanquetas entrando en Tlatelolco el 2 de octubre. Fotografía tomada de la web buscada con Google


El ejército entró en el campus de la UNAM por orden del presidente de México, el 23 de septiembre, haciendo detenciones totalmente arbitrarias y propinando palizas a los estudiantes. Aunque la renuncia del rector Barros Sierra no había sido aceptada, eso no evitó que el número de protestas fueran en aumento. Como colofón de una huelga de estudiantes que ya duraba nueve semanas, tiene lugar una protesta contra la acción del ejército: se juntan unos 15.000 estudiantes procedentes de diferentes universidades.

En medio de toda esta tensión, el 2 de octubre, unos 80.000 estudiantes se juntan en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Miles de personas acompañadas de sus familias, se sumaron al gentío que ya estaba allí. El ejército vigila para que no haya desórdenes, poniendo especial interés en proteger la Torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Imagen de arriba: uno de los helicópteros desde los que se disparó la bengala verde que daba la señal de inicio de la matanza. Imagen de abajo: soldados en el tejado de un edificio de las inmediaciones de la plaza. Fotografía tomada de la web buscada con Google


Al igual que ya ocurriera en otras concentraciones, se infiltran soldados pertenecientes al Batallón Olimpia (de unos 600 hombres) para participar en los enfrentamientos desde dentro. Tropas del ejército mexicano se dirigen al edificio Chihuahua, empezando así la Operación Galeana. En este edificio hay muchos periodistas y cabecillas del movimiento estudiantil, y el ejército cierra la plaza por el este. Esas tropas, obviamente, van de paisano pero llevan en la mano izquierda un guante blanco para distinguirse de los verdaderos manifestantes. Los soldados rodean la plaza empleando automóviles con blindaje. Más tarde, en la terraza de ese edificio, se encuentran múltiples armas. Alguien observa todo lo que pasa desde los altos de la iglesia de Santiago, que cerró sus puertas el empezar los altercados.

Iglesia de Santiago. Autor: Ismael Rangel Gómez

En torno a las 6.20 p.m., el público asistente al mitin empezó a marcharse tranquilamente. De pronto, las personas que se dirigen al púbico son forzados por los infiltrados a tirarse al suelo. Sin la más mínima vergüenza por parte de sus ocupantes, desde un helicóptero se dispara una bengala: se abría la veda para una cacería de seres humanos. Los francotiradores del Batallón Olimpia empezaron a disparar desde el edificio Chihuahua y otros inmuebles de la zona. Los proyectiles iban dirigidos a los asistentes a la protesta, pero también disparaban a los militares que estaban allí para hacer creer que el ataque venía de los manifestantes.

Según el periodista Francisco Ortiz Pinchetti, miembros del Batallón reconocieron haber empezado el enfrentamiento. Pretendieron hacer creer que se hizo por contestar el supuesto ataque de los estudiantes, y que el caos empujó las balas hacia los inocentes. No tardó en verse una alfombra de seres humanos en el suelo de la Plaza de las Tres Culturas. Cundió el pánico. Los presentes huyeron por donde pudieron. Muchos estudiantes evitaron el peligro refugiándose en sitios perdidos en los edificios cercanos, pero ello no evitó que los soldados siguieran con la persecución, es más, allanaron viviendas: muchas personas que vivían en esos edificios escondieron a manifestantes que huían de las armas, y ellos también fueron agredidos. De hecho, se habían producido disparos en el interior de muchos pisos. Aquel aniquilamiento duró hasta el amanecer.

Imagen de arriba: soldados a la espera para entrar al ataque. Imagen del medio: gente huyendo de la persecución. A la derecha de la imagen, una niña corriendo de a mano de una mujer. Imagen de abajo: soldados aporreando a manifestantes. Fotografía tomada de la web buscada con Google


Otros estudiantes se dirigieron a los ascensores pensando en huir por allí, pero al abrirse se encontraron una desagradable sorpresa: una manada de hombres con la mano izquierda enguantada les apuntaban con armas y los dejan en manos de miembros del ejército, que se encargan de sacarlos del edificio para obligarles después a despojarse de los pantalones y quedarse con las manos apoyadas en la pared. Entre estudiantes, profesores y personas de otros sectores, se detienen más de 2.000. Las mismas personas que ocupaban muchos apartamentos de los alrededores, pudieron comprobar desde sus ventanas, con horror, que la explanada estaba llena de muertos de diferentes edades y condición, no solo militares, sino también niños y mujeres.

A la derecha, miembros del Batallón Olimpia de paisano. Llevan calzado un guante blanco en la mano izquierda. En la imagen de la derecha, estudiantes detenidos que fueron obligados a quitarse la ropa. Fotografía tomada de la web buscada con Google


A las 20.30 se empieza a despejar la plaza. Evacúan a los heridos y se levantan los fallecidos. No tardó en limpiarse la sangre que ensució el suelo, y eso que estaba lloviendo; de eso se ocuparon los bomberos. Vehículos del ejército rodaban por todas partes. También unos setenta camiones, donde se cargaron los cadáveres como si fueran sacos de cemento. Los que tuvieron más suerte, los arrestados, fueron dirigidos a varios centros de detención, sometidos a un aislamiento de días y días, y martirizados con interrogatorios interminables.

Como suele ocurrir en situaciones de este tipo, a día de hoy no se sabe la cantidad exacta de víctimas. Debe entenderse como tales no sólo los muertos, sino también los heridos, los desaparecidos e, incluso, las más que numerosas detenciones arbitrarias que se hicieron sin las más mínimas garantías de seguridad de los afectados. Por otra parte, testigos del momento quisieron calcular el número de muertos según el número de fallecidos por vehículo, pero tampoco se sabrá la cantidad exacta porque los llevaron al Campo Militar número 1 para proceder a su incineración. Los detenidos fueron dispersados por diferentes centros penitenciarios mexicanos. Quisieron hacernos creer que sólo fueron 20 muertos; con México como centro del mundo por los Juegos Olímpicos hubiera quedado muy mal que se reconocieran más, y 20 muertos ya eran demasiado, aunque la cantidad que más suena, según averiguaciones recientes, es la de 300 fallecidos. El dedo acusador señala al Estado Mexicano, y Díaz Ordaz a los infiltrados en las filas de los estudiantes. Entre los mandos militares que participaron en la matanza, figuraban autoridades próximos al círculo presidencial.

En la imagen de arriba, cadáveres apiñados en una ambulancia. En la imagen de abajo, cadáveres en la morgue. Fotografía tomada de la web buscada con Google


La prensa extranjera, como Julián Petiffer de la BBC, pudo ver cómo se ametralló no sólo a manifestantes, sino también a personas que pasaban por ahí. También la escritora mexicana Elena Poniatowska publicó impresionantes testimonios, como el de la mujer que buscaba a su hijo y pudo contar más de 60 muertos. Cuando llegó el momento de atender a los supervivientes, el personal sanitario no tenía ni medios ni espacio suficiente: donde cabía una persona tenían que meter a varios. En un alarde de cinismo, Díaz Ordaz se hace responsable de lo ocurrido, pero nada impide la inauguración de los XIX Juegos Olímpicos el 12 de octubre de 1968. Lo cierto es que los estudiantes no querían echar a perder los Juegos, pero sí que todo el mundo se enterase de que en México las cosas no iban tan bien como parecía.

Las balas de los francotiradores alcanzaron las ventanas de varias viviendas. Fotografía tomada de la web buscada con Google


Pero más tarde o más temprano se hace justicia (o al menos eso parece). En 2005, la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado ordenó que se detuvieran a casi 60 personas relacionadas con la carnicería. El que fuera presidente de México entre 1970 y 1976, Luis Echeverría, iría a los tribunales para ser juzgado (aunque luego fue exonerado). También Julio Sánchez Varga, que fue procurador general de la República de México; Luis de Barreda Moreno, subdirector de la Dirección Federal de Seguridad en el momento de la tragedia; y a Miguel Nazar Haro, que fue dirigente de uno de los grupos armados que intervino en Tlatelolco. Viendo cómo funcionaba las cosas, quizás se haya conseguido demasiado si aún no se han hecho desaparecer los documentos de la Fiscalía que se ocupó del asunto. El 3 de octubre la plaza se despertó limpia y en la prensa se destacó el estado del tiempo.

Monumento dedicado a los caídos en Tlatelolco. Fotografía tomada de la web buscada con Google


2 comentarios:

  1. Como siempre, mis felicitaciones por este nuevo artículo. Un tema muy interesante y muy bien escogidas las fotos que lo acompañan.

    Siempre me ha llamado la atención la facilidad que tienen algunos países para ocultar vergüenzas como ésta, mientras que a España nunca le han perdonado nunca nada.
    Incluso, en aquella época, había miles de exiliados republicanos españoles en México y, salvo error, ninguno se atrevió a protestar por estos hechos.
    Saludos.

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  2. Muchas gracias por tu comentario, Juan. La verdad es que yo conocía esta historia desde hace tiempo, pero cuando estuve investigando para escribir la entrada, no dejaba de sorprenderme a cada paso que daba. Fue una historia infinitamente más brutal de lo que pensaba, y eso que México es un país culto y civilizado. Todavía duelen las heridas, eso es lo más triste.

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