Retales de Historia

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lunes, 2 de junio de 2014

Champollion y la Piedra de Rosetta

Corría el mes de marzo de 1798, y el general Napoleón Bonaparte estudiaba realizar una expedición a Egipto: su intención (al menos eso decía) era la de proteger los intereses económicos franceses de las agresiones británicas.

Napoleón ca. 1798  por Jacques Louis David.

Al mismo tiempo, la ambición napoleónica crispaba en el Directorio y, como Bonaparte tenía el anhelo de equipararse a los grandes personajes de la Antigüedad, no fue difícil que partiera hacia Egipto desde el puerto de Toulon (sureste de Francia) el 19 de mayo de 1798. A dicha expedición se sumaron unos 167 científicos que formaban parte de la Comisión de las Ciencias y las Artes del Ejército de Oriente.

Campaña egipcia de Napoleón 1798-1799.

Napoleón durante su estancia en Egipto el año 1798.

Los viajeros desembarcan en Alejandría el 1 de julio de 1798. Las cosas empiezan bien, pues Francia gana la batalla de las Pirámides, que tiene lugar el 21 de julio, pero continúan mal, pues pierde toda su flota a manos del almirante Nelson en la batalla del Nilo o de Abukir, los días 1 y 2 de agosto.

La Batalla de las Pirámides tuvo lugar cerca de la meseta de Giza a orillas del Nilo, el 21 de julio de 1798. Pintura de Francois Louis Joseph Watteau.

La batalla del Nilo por William Lionel Wyllie.

A pesar de la derrota, Bonaparte asienta su poder en el país africano y empieza a promover la realización de estudios sobre el Antiguo Egipto.

Napoleón asiste a una reunión de sabios en el Instituto Francés de El Cairo.

Un año más tarde, se produce un hallazgo; es el 15 de julio de 1799: un pelotón de ingenieros franceses, dirigidos por el teniente Pierre François Bouchard está trabajando en la mejora del fuerte de Saint Julien, que el ejército francés tiene a 7 km de Al Rashid, ciudad a la que los franceses pusieron Rosetta, situada, a su vez, a 65 km al noreste de Alejandría.

Vista de Rosetta en un grabado realizado durante la expedición francesa a Egipto.

Entre la tierra que escarban aparece una piedra de basalto negro con unas medidas aproximadas de 120 cm de altura, 72 cm de ancho, 28 cm de grosor y un peso de 750 kg: se ha encontrado la que será conocida como Piedra de Rosetta, piedra angular para el desciframiento de los jeroglíficos egipcios.

La Piedra de Rosetta en el Museo Británico.

Réplica de la Piedra de Rosetta en Rashid (Rosetta), Egipto.

Bouchard informa del descubrimiento a sus superiores y dicen que la noticia interesó a Napoleón. La Piedra es llevada al Instituto Francés de El Cairo (curiosamente, poco después Napoleón se va de Egipto, el 23 de agosto) y estuvo hasta la primavera de 1801, pero el cerco del ejército británico obliga a los franceses a esconderla en Alejandría. Los británicos dieron con ella y la “hicieron prisionera”, llevándola al Museo Británico. Afortunadamente, alguien tuvo la feliz idea de hacer varias copias, porque la Piedra no se ha movido del Británico desde 1802. Para hacer esas copias, se utilizó la propia Piedra a modo de plancha, mojando la parte escrita con tinta para dejar plasmado el texto en papel.

Ahora demos un salto atrás en el tiempo y vayamos hasta agosto de 1790. Estamos en Figeac (Francia) a 474 km al sur de París. Jacques Champollion era librero y su mujer estaba embarazada. Era una situación muy penosa porque Jeanne Françoise (como se llamaba la mujer) estaba muy enferma y corría el riesgo de perder el niño que esperaban. Como último recurso, y a la desesperada, Jacques visita a un célebre curandero llamado Jacqou, que hace a la mujer una cama con hierbas que ha cogido del campo. Tres días después, Jeanne Françoise estaba completamente restablecida. Jacqou dijo una cosa más: “Tu hijo dará luz a la Humanidad”. La víspera de Nochebuena, el 23 de diciembre de 1790, nace Jean François Champollion.

Jean François Champollion.

Como es costumbre con los recién nacidos, el médico que atendió el parto examinó al niño, y pudo observar que la piel era morena y que las córneas del niño eran amarillas, como los orientales. ¿Acaso el aspecto del crío era una señal?

Jean François es el menor de cinco hermanos y su familia tenía escasos recursos. A los cuatro años ya escribía y leía perfectamente, pero en Figeac no tenía mucho donde elegir, así que Jacob Joseph, hermano mayor de Jean François y su eterno mecenas, hace todo lo posible porque su hermano ingrese en un centro de estudios de Grenoble, donde el muchacho se dedica a estudiar lenguas clásicas y orientales, entre ellas el copto y el latín.

Fourier.

Por esas mismas fechas, 1801, un prestigioso físico llamado Jean Baptiste Joseph Fourier era gobernador de la provincia francesa de Isère; Fourier había tomado parte en la expedición napoleónica y fue el responsable de clasificar diversos monumentos astronómicos egipcios. Estaba en Grenoble porque tenía que trabajar con la Description, una enciclopedia sobre Egipto, que se escribió como resultado de la expedición,  y necesitaba que alguien,  como el joven Champollion,  investigase sobre unos datos que eran necesarios para la misma. Fourier también hizo una edición ilustrada de la Description, la cual, Champollion,  estudió sin dejar escapar un detalle. Y entre las imágenes había grabados de la Piedra de Rosetta: el joven queda impresionado y, a partir de ese momento, empieza una nueva vida, pues se obsesiona con ella.

Para poder estudiarla mejor, es perseverante en el estudio del copto (aún se hablaba a principios del XIX), pues sospecha que la clave para resolver el misterio está relacionada con esta lengua, y a los 23 años, en 1814, escribe Egipto bajo los faraones, siendo capaz de describir Egipto sin haber estado nunca allí. En 1815 tiene problemas cuando cae Napoleón, pues era un ferviente bonapartista. Tiene que salir de París pero sin dejar de trabajar en la Piedra. Afortunadamente, sus problemas con la política se van solucionando, y a partir de 1821 puede dejar la docencia y se dedica por completo a la investigación. El resultado llega el 14 de septiembre de 1822; los hermanos Champollion están en París, Jacob Joseph se encuentra en su despacho y, de pronto, entra un torbellino: es Jean François que grita “¡ya lo tengo”; ya tenía la traducción de la Piedra de Rosetta. Se había dedicado con tal intensidad que el agotamiento y la emoción habían podido con él, y tuvo que permanecer en reposo una semana. Unos días después, el 27 de septiembre de 1822, Champollion se presenta ante la Academia de París y lee la Carta a Dacier relativa al alfabeto de los jeroglíficos fonéticos, donde explicaba sus hallazgos relacionados con la Piedra.

Dacier.

Portada de la Carta a Dacier.

Como ya se ha dicho, la Piedra de Rosetta es un monolito de basalto negro de 120 cm de altura, 72 cm de ancho, 28 cm de grosor y un peso de 750 kg. En él figura un texto escrito en tres lenguas antiguas: demótico, griego y jeroglífico. Las primeras 14 líneas son caracteres jeroglíficos (empleados en los monumentos egipcios), las 32 centrales están en escritura demótica (lengua empleada en los documentos administrativos egipcios y en la literatura) y los 54 últimos están en griego, idioma de los dirigentes políticos, el cual, era el único conocido de los tres.

Diagrama donde se aclara cuál es el tipo de escritura de cada franja de la Piedra de Rosetta.

Cleopatra y Ptolomeo expresados en escritura jeroglífica.

Hasta el momento en que el desciframiento cayó en manos de Champollion, se sabía que se mencionaba a Cleopatra y a Ptolomeo V (205 a 180 a.C.); de hecho,  la Piedra parecía ser un bando de alabanza a Ptolomeo. Parece que la Piedra la tallaron sacerdotes de Menfis, en torno al 196 a.C. En el Reino Unido también se habían empleado a fondo en la traducción de la Piedra de Rosetta. El doctor Thomas Young hizo una primera aproximación a lo que podía significar el texto escrito en esa piedra, pero luego se demostraría que era errónea.

Thomas Young.

Champollion empezó comparando la escritura griega con la jeroglífica, viendo que un dibujo se equiparaba a un fragmento de palabra. También había una correspondencia entre los nombres propios escritos en griego con el contenido de los cartuchos, y Jean François dedujo que se pronunciaban igual en ambos casos.

Tabla de Champollion con los caracteres fonéticos jeroglíficos y sus equivalentes demóticos y griegos (1822).

Páginas de uno de los cuadernos de notas de Jean François Champollion que servirán para la publicación de la Gramática egipcia en 1841.

Alfabeto jeroglífico.

Descubrió quince coincidencias entre el demótico y el copto, y que el copto, que él ya dominaba,  era egipcio escrito a la manera griega por los cristianos locales. En cuanto al lenguaje jeroglífico tiene signos ideográficos y fonogramas al mismo tiempo; los jeroglíficos pretendían expresar por escrito un idioma hablado. Siguiendo este camino, Champollion llega a elaborar un alfabeto de símbolos fonéticos.

Posible recreación de la estela original.

El texto de la Piedra reza así:

"Bajo el reinado del joven que recibió la soberanía de su padre, Señor de las Insignias reales, cubierto de gloria, el instaurador del orden en Egipto, piadoso hacia los dioses, superior a sus enemigos, que ha restablecido la vida de los hombres, Señor de la Fiesta de los Treinta Años, igual a Hefaistos el Grande, un rey como el Sol, Gran rey sobre el Alto y el Bajo país, descendiente de los dioses Filopáteres, a quien Hefaistos ha dado aprobación, a quien el Sol le ha dado la victoria, la imagen viva de Zeus, hijo del Sol, Ptolomeo. Viviendo por siempre, amado de Ptah.

En el año noveno, cuando Aetos, hijo de Aetos, era sacerdote de Alejandro y de los dioses Soteres, de los dioses Adelfas, y de los dioses Euergetes, y de los dioses Filopáteres, y del dios Epífanes Eucharistos, siendo Pyrrha, hija de Filinos, athlófora de Berenice Euergetes; siendo Aria, hija de Diógenes, canéfora de Arsínoe Filadelfo; siendo Irene, hija de Ptolomeo, sacerdotisa de Arsínoe Filopátor, en el (día) cuarto del mes Xandikos -o el 18 de Mehkir de los egipcios-".

Obelisco a Ramsés II Roma.

Pero como Champollion es muy inquieto,  dos años más tarde, en 1824, viaja a Italia para visitar los monumentos egipcios que allí se conservan, e hizo amistad con algunos especialistas en la materia. Sin embargo,  Francia no se olvidó de él, y lejos de no ser un profeta en su tierra (y a pesar de su pasado bonapartista) es nombrado conservador de la colección egipcia del Louvre, siendo rey Carlos X (ojalá recibieran un apoyo así nuestros investigadores). En 1827 publica Reseña descriptiva de los monumentos egipcios del Museo Carlos X.

Carlos X.

Ippolito Rossellini.

Y llega el momento en que se cumple el sueño: el 24 de julio de 1828, a bordo de la corbeta L’Eglé, Champollion viaja a Egipto. Había conseguido el apoyo económico necesario para poder realizar una expedición a la tierra de los faraones, esta vez solo para estudiar, no para hacer la guerra. El viaje se hizo en compañía de una expedición italiana, con Ippolito Rossellini a la cabeza, a quien Champollion había conocido cuatro años atrás, y el profesor Raddi, geólogo. El grupo lo forman alrededor de 15 investigadores, entre ellos varios dibujantes. Al llegar a El Cairo (donde visitan las Pirámides de Giza) se hacen con dos barcos, y navegan siguiendo el curso del río, saboreando cada paso que daban.

Pirámides de Giza.

Abu Simbel.

Fueron dos años, quizás los más intensos en la vida de Jean François Champollion, con jornadas de trabajo interminables que empezaban a las 6 de la mañana y continuaban más allá de las 4 de la tarde, en sus tiendas de campaña o en algún monumento. Entre los muchos lugares que visitó y estudió estaban Abu Simbel, Dendera y Karnak. Cuentan una anécdota que refleja hasta qué punto Champollion se mimetizó con su entorno: se cortó el pelo al cero, se puso túnica y turbante, parecía un egipcio más. El resto de sus compañeros hicieron lo mismo, pero el único que se encontraba cómodo era él.

Jean Francois Champollion (1828), por Giuseppe Angelelli.

Dendera.

Dicen que el primer día de su aventura egipcia, unos lugareños le hablan del templo de Dendera, muy bien conservado hasta entonces: pues esa misma noche llegaron hasta el templo. Según el mismo Champollion, “permanecimos extasiados, recorriendo las inmensas habitaciones e intentando leer las inscripciones exteriores a la luz de la luna”. Y escribió a su hermano: “Habiendo seguido el curso del Nilo hasta la segunda catarata, tengo el deber de anunciar que no hay nada que modificar en nuestra carta sobre el alfabeto de jeroglíficos. Nuestro alfabeto es correcto, se aplica con el mismo éxito a todos los monumentos egipcios de la época de los romanos y a los de la época faraónica”.

Karnak.

También visitó el templo de Karnak, donde sintió “toda la magnificencia faraónica”. Este es el templo más grande de todo Egipto; tiene un perímetro de 2.400 m y alcanzó una altura de 23 m. Pero la estancia en Egipto no podía ser eterna y Champollion, muy a su pesar, regresa a Francia en diciembre de 1829. Inmediatamente después, él y sus compañeros empieza a divulgar lo que habían encontrado. Cartas escritas desde Egipto y Nubia data de esta época. Tanto trabajo tiene su recompensa, y en 1831, el Collège de France crea la primera cátedra de egiptología de la historia.

Tumba de Champollion.

La pena es que no todo salió bien. El exceso de trabajo, y las condiciones en que vivió en Egipto, hizo que se resintiera, aún más, la ya frágil salud de Jean François, y el 4 de marzo de 1832 muere de un ataque al corazón, a los 41 años de edad, rodeado de recuerdos de su querido Egipto, dejando un legado faraónico (la Gramática egipcia ya es obra póstuma, pues la editó su hermano Jacques en 1836). Fue enterrado en el cementerio de Père-Lachaise; en su tumba, un obelisco. Champollion, padre de la egiptología moderna, emprendió su viaje a la eternidad, y su recuerdo es perenne entre nosotros.

Plaza de las escrituras. Copia gigante de la Piedra de Rosetta realizada por Joseph Kosuth en Figeac, lugar de nacimiento de Jean François Champollion.

6 comentarios:

  1. Me ha parecido magnífico. Mucho más emotivo que los artículos anteriores y realmente interesante.

    El escrito está repleto de contenido y, además, está muy bien complementado por las imágenes elegidas para este caso.

    ¡¡Mi enhorabuena!!

    Saludos.

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    1. Me alegro que te haya gustado, Aliado. Y me he quedado con las ganas de poner más, pero tenía que recortar por alguna parte.

      Está claro que cuando Champollion llegó a Egipto, lejos de decepcionarle lo que encontró le hizo enamorarse aún más de ese país tan lleno de misterios y de historia. Reconozco que, de alguna manera, me ha entrado el gusanillo de ir, ojalá pueda algún día, eso sí, en la época de más frío porque allí el verano debe ser horroroso. Y luego un viaje a Londres para complementar.

      Por otra parte, en España corren tiempos de cambio. Ojalá que con ello ocurra algo que favorezca la investigación de disciplinas que están denostadas, tanto a nivel humanístico como científico. Por soñar...

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  2. Tu trabajo es magnífico, aunque no te lo reconozcan los demás tendrás tu propia satisfacción al hacer este tipo de documentos.

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  3. Muy interesante y completa entrada, como siempre. Da la casualidad que la última semana me he leído las memorias de un oficial francés que combatió en la campaña egipcia de Napoleón. Menuda coincidencia.

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    1. ¡Conde, qué bien, otra vez por aquí! Me alegra saber que te ha gustado la entrada, gracias por tus elogios.

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  4. Aunque no siempre comente, sigo el blog con regularidad y aprecio el esfuerzo y el cariño que le dedicas.

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