Retales de Historia

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jueves, 14 de marzo de 2024

Alfonso XIII y la oficina pro-cautivos

El 28 de julio de 1914, el Imperio Austro-Húngaro declara la guerra a Serbia desatando con ello el conflicto bélico que llegaría hasta 1918. Pero España no se metió, había dos motivos importantes: el primero era uno que podemos entender muy bien, el país vivía unas circunstancias, principalmente económicas, deplorables. El segundo, eran la coincidencia de intereses opuestos dentro de la familia del rey de España, Alfonso XIII: su esposa, la reina Victoria Eugenia, apoyaba sin disimulo el bando aliado; su madre, la reina María Cristina era una Habsburgo, sobrina de Francisco José y, por tanto, apoyaba al bando contrario.


Alfonso XIII retratado por Kaulak


En otoño de 1914, llega una carta a Palacio dirigida al rey. Se trata de una lavandière de Bayona. Dejó de saber de su marido al término de la batalla de Charleroi (Bélgica), y le pedía ayuda para encontrarlo. Las gestiones realizadas a través de las delegaciones diplomáticas en Francia y Alemania tuvieron como resultado dar con el hombre y saber que se encontraba bien en un campo de prisioneros alemán. El hombre no tenía permitido poner unas líneas sobre papel para comunicar a su familia que estaba vivo. Esta historia llegó a oídos de la prensa, y empezaron a llegar cartas y caras procedentes de Francia con destino Madrid, y más tarde de otros países afectados por la guerra.


A la izquierda, la reina Victoria Eugenia. A la derecha, la reina María Cristina


Esta situación hizo que el rey decidiera abrir una oficina ocupada en gestiones encaminadas a velar por el paradero y el bienestar de los prisioneros de guerra, tanto civiles como militares; era 1915, y se había fundado la Oficina Pro-Cautivos. De esta manera, miles de personas ajenas a un país neutral, encuentran respuesta a su desesperación y la ayuda que no reciben de su propio gobierno. Las familias de los desaparecidos se encuentran en un punto en que no pueden dirigirse al país enemigo donde se encuentran sus seres queridos pero, al mismo tiempo, se encuentran abandonados por su propios gobernantes, más preocupados en la guerra que en la gente que muere en ella. España fue neutral, pero no indiferente al sufrimiento de millones de personas.


Grupo de prisioneros civiles de la región francesa de Pas-de-Calais, encarcelados en un campo alemán


El monarca se preocupó porque esta Oficina se viera siempre como una institución neutral, y lo mismo que el origen de las reinas españolas era motivo de fricción en el interior de su familia, ese mismo origen favorece a la hora de dirigir las peticiones de ayuda a países enemigos entre sí. La idea evoluciona y termina siendo un complejo burocrático destinado a atender todas las peticiones relacionadas con la guerra europea: regreso a casa de heridos, búsqueda de desaparecidos, correspondencia entre prisioneros y familiares, gestión de indultos… Se generaron miles de documentos, en su mayoría solicitudes de búsqueda de prisioneros para lo cual sólo se emplearon tres máquinas de escribir.


En la imagen de arriba, Alfonso XIII despachando. En la imagen de abajo Emilio María de Torres


Las oficinas de esta institución se situaron en los altos del Palacio Real. Empezó con cinco empleados y superó las 50 personas. Se dirigió mediante la Secretaría Particular del rey, con Emilio María de Torres al frente, y se apremió al Cuerpo Diplomático español sito en los países en conflicto. Según el historiador Juan Pando, «de todo el hacer de Alfonso XIII en esta acción ejemplar humanitaria sorprenden varias cosas, tal vez la más imperativa y más inmediata es su capacidad de decisión que muestra con poco más de 29 años. A finales de agosto de 1914, cuando el embajador de España en París sabe que las tropas alemanas están a pocos kilómetros de la ciudad, un telegrama llega al Ministerio de Estado que comunica que tiene plaza reservada en el tren presidencial, pero Alfonso XIII le manda otro cable que dice lo siguiente 'Ordeno que te quedes en París, pase lo que pase'.»


Carta de firmada por Emilio María de Torres


También hizo que oficiales del Ejército Español visitaran los campos de prisioneros para vigilar las condiciones de vida de esos infortunados, condiciones que, generalmente, eran deplorables. Se trajeron de vuelta a casa los soldados con malas condiciones de salud, ya sea por enfermedad o por herida de arma. Y el más difícil todavía: se consiguieron conmutaciones de penas de muerte. No hubo distinción acerca del origen de las personas beneficiadas, eran de cualquier país de donde viniera la petición de ayuda. La mayor parte de las cartas que llegan a Palacio van dirigidas al rey Alfonso, pero también a la consorte Victoria Eugenia y a la reina madre María Cristina.

Una vez instalados en Palacio, los empleados de esta Oficina organizaron su trabajo. Ordenaron las solicitudes según su contenido y el estado en que se encontraban; según el color de la cinta que se les ponía, tal era cómo andaba la tramitación: blanco, rojo y negro, desgraciadamente, el 80% de las cintas. La Oficina funcionó entre junio de 1915 y febrero de 1921. El rey Alfonso gastó un millón de pesetas de su bolsillo, equivalente a 600.000 euros de hoy. Según Carlos Seco Serrano, Aristide Briand, presidente del gobierno de Francia, solicitó ayuda para la repatriación de 20.000 compatriotas a los que la guerra les sorprendió en Alemania, y Alfonso XIII lo consiguió una vez más.


Aristide Briand


Por extraño que parezca, el trabajo realizado por la Oficina Pro-Cautivos es un hecho muy poco conocido en España. Muchos son los que saben, como algo anecdótico del rescate del algún famoso y dicha liberación se atribuye al supuesto carácter frívolo del rey Alfonso, pero no es así. En otros países europeos se conoce perfectamente esta labor, hasta el punto de que fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz de 1917, y también durante su exilio. Ahora, por si alguien tiene curiosidad, mencionaremos a algunas de las celebridades que volvieron a la libertad gracias a la Oficina: el rey Alfonso se encargó personalmente de interceder por el chansonnier Maurice Chevalier, que estuvo prisionero dos años; el bailarín ruso Vaslav Nijinsky, retenido en Hungría, pudo huir a Estados Unidos gracias a la intervención del rey; Arthur Rubinstein, pianista que trabajó con Nijinsky, obtuvo de Alfonso XIII un pasaporte español. El historiador belga Henri Pirenne fue otro de los liberados gracias a la intervención del monarca.



A la izquierda, Maurice Chevalier. A la derecha; Vaslav Nijinsky

Arthur Rubinstein

Henri Pirenne


Pero no todo fueron éxitos. También hubo fracasos, y muy amargos. El hijo de Rudyard Kipling, John, desaparecido en combate, no fue hallado hasta 1922, y ya había fallecido. Tampoco se pudo hacer nada por Edith Cavell, enfermera británica acusada de espionaje por los alemanes. Pero si hubo algo que de verdad dolió al rey, fue no haber podido hacer nada por la familia imperial rusa. Cuando el gobierno provisional posterior a la revolución rusa envió a su nuevo cuerpo diplomático al extranjero, el rey Alfonso aprovechó la presentación de credenciales del embajador Nekliudov para interceder por la familia del zar. Ya se sabía que éste había muerto, pero no se sabía nada del resto de la familia. Las otras familias reales europeas -incluyendo las que mantenían lazos de sangre con los Romanov- miraron hacia otro lado, mientras que el rey español hizo todo lo que estaba en su mano, aunque en ese momento no sabía que era algo completamente inútil, dado que la familia de Nicolás II ya no vivía.



A la izquierda, John Kipling. A la derecha, Edith Cavell

Los Romanov


Otra cosa que tampoco se conoce bien de esta época, es que España se ocupó de las legaciones de varios de los países en guerra. Representó a los países aliados en territorio de los Imperios Centrales, y a la inversa, representó los intereses de los Imperios Centrales en Francia e Inglaterra, por ejemplo. Esta circunstancia, de alguna manera, benefició a las gestiones de la Oficina Pro-Cautivos, aunque no evitó que bajara el número de rehenes catalogados, 64.000. También durante la guerra, España combatió duramente la guerra submarina, desencadenada por el Imperio Alemán y que hundió dos embarcaciones británicas con ayuda médica. Pero no la combatió con armas, sino que el rey español ofreció personal para inspeccionar los barcos en partida y en destino para asegurarse de que esos barcos no iban armados.

Por fin llega noviembre de 1918 y, con ello, el fin de la guerra. Había cuatro millones de prisioneros y se consiguió que volvieran a casa más de 10.000. Poco a poco, la tarea de la Oficina Pro-Cautivos fue quedando atrás hasta quedar en el olvido... Pero en 1931 se proclama la II República en España, y el rey parte hacia el exilio. Cuando el ya ex-rey llega al puerto de Marsella, encuentra una multitud que le recibe como a un héroe pues ellos sí que no habían olvidado su labor a favor de la liberación de miles de conciudadanos. Y cuando don Alfonso llega al Reino Unido, se desató el agradecimiento. Gratitud por una hermosa labor que jamás debió olvidarse.


Alfonso XIII en Calais, abril de 1931


Bibliografía

Jorge Díaz. Cartas a Palacio. Plaza & Janés. 2014.

José Antonio Vaca de Osma. Alfonso XIII, el Rey Paradoja. Biblioteca Nueva. 2013.

VVAA. Cartas al Rey. La mediación humanitaria de Alfonso XIII en la Gran Guerra. El Viso. 2018

Carlos Sanz Díaz/Zorann Petrovici (eds.). La Gran Guerra en la España de Alfonso XIII. Sílex. 2019.

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