Hubo un tiempo en que ser un Kennedy era muy difícil,
pero más difícil si se trataba de una mujer. Rose tuvo que aguantar
infidelidades infinitas, Rosemary una cruel lobotomía, y Kathleen acusó la
falta de apoyo por parte de sus padres cuando quiso seguir los dictados de su
corazón. Kathleen nació Kennedy pero, a pesar de ello, siguió su propio camino,
y la vida no se lo perdonó.
Kathleen Agnes Kennedy, “Kick”, nació en Brookline,
Massachusetts, el 20 de febrero de 1920, y estudió en una escuela de la
localidad de Riverdale. Los Kennedy tenían una importante posición económica y
social, así que a nadie sorprendió que, en 1938, el presidente de los Estados
Unidos, Theodore Roosevelt, nombrase a Joseph Kennedy, el cabeza de familia y
padre de Kathleen, embajador en el Reino Unido, a pesar de que Joseph es
católico de origen irlandés. Esa circunstancia le da ocasión a Kathleen de
vivir experiencias que no se hubiera imaginado nunca.
Los ingleses recibieron a los Kennedy como si fueran
estrellas de cine. Especialmente popular fue Kick, que brilló en su baile de
debutante. No descuidó su formación académica, y el tiempo que estuvo en
Londres fue alumna del Queen’s College, de pensamiento anglicano.
A decir verdad, Kathleen cayó bien a todo el mundo, y en
cualquier sitio era bien recibida. No era hermosa, pero tenía un encanto
especial. Era invitada habitual en las importantes fiestas de la nobleza
británica. En este ambiente se pudieron apreciar pequeños detalles del carácter
de la joven, como el hecho de descalzarse cuando los zapatos empezaban a
molestarle y, al mismo tiempo, tenía desenvoltura para tomar parte de cualquier
charla: es lo que da tener la seguridad de un Kennedy. Y Kathleen empezó a
tener sus pretendientes, el conde de Rosslyn entre ellos, pero no abrió su
corazón hasta que conoció a William Hartington.
El 18 de julio de 1938, Kathleen y su hermana Rosemary
son invitadas a una recepción en el Palacio de Buckingham, donde son presentadas
a los reyes, Jorge VI y Elizabeth. Es en los jardines del palacio donde conoce
a William, marqués de Hartington y heredero de los duques de Devonshire, dueños
de uno de los patrimonios más importantes del Reino Unido, hasta el punto que,
según las crónicas, se le consideró como pareja para la entonces princesa
Isabel. En ese momento, Kathleen tenía 18 años y William 19. No tardó Kathleen
en ser agasajada por los mismos duques, asistiendo a carreras de caballos o a
elegantes residencias de los Devonshire, como la de Eastbourne. Kathleen y
William se habían enamorado y no tardaron en tener planes de boda.
La invasión de Polonia en septiembre de 1939 marcó un
punto de inflexión. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el patriarca de
los Kennedy dispuso que su familia regresara a los Estados Unidos, mientras el
permanecía en Londres. En 1940, Kathleen comenzó a trabajar en el Washington Times-Herald como columnista,
curiosamente con Inga Arvad, futura amante de su hermano John, y sospechosa de
espionaje a favor del III Reich. Pero Kathleen no se olvidaba de su amor
inglés, y en 1943 se las apañó para regresar a Inglaterra y trabajar como
voluntaria para la Cruz Roja. Su padre, Joseph, trató de impedirlo, pero la
mayoría de edad de su hija lo imposibilitó. No hay que olvidar que Kathleen se
fue a un país que estuvo en guerra hasta 1945. William y Kathleen no tardaron
en reencontrarse en el Hotel Mayfair de Londres, y volvieron a hablar de boda.
No tardaron en aparecer los problemas. La familia de
William anglicana y con una representación muy importante dentro de su Iglesia.
La familia de Kathleen era muy católica y, aunque el patriarca de los Kennedy
parecía dispuesto a tragar, por aquello de escalar socialmente, Rose encontraba
inconcebible aquella pecaminosa
unión. Toda esta situación que vivía Kathleen, su posible conversión por su
relación, sirvió de inspiración a Evelyn Waugh para perfilar a Julia Flyre de Retorno a Brideshead.
Los Kennedy, y muy especialmente la matriarca, se tuvieron
que tragar su opinión cuando Kathleen y William se casaron el 6 de mayo de 1944
en una ceremonia civil, en Chelsea (Londres). Fue una forma de quedar en tablas
en una ceremonia gris si la comparamos con lo que pudo ser una boda a la altura
de los nuevos marqueses de Hartington: faltaron todos los Kennedy, a excepción
de Joseph Jr. Por parte del novio fueron los duques de Devonshire, que no
estaban muy de acuerdo con aquello pero al final optaron por estar con su hijo
en un día tan especial. Lo que debía ser una feliz unión se había complicado
hasta el extremo de llegar las discusiones sobre la misma hasta el Vaticano,
que aceptaba una ceremonia civil, se permitía a Kathleen ir a misa, se le
negaba la comunión y se educaría a sus hijos en la fe anglicana, lo que deshizo
definitivamente la relación con su madre.
Poco iba a durar la felicidad para Kathleen. Sólo tres
meses después de casarse, llega la noticia de que el avión con el que su
hermano Joseph Kennedy Jr. sobrevolaba el Canal de la Mancha, había explotado el
12 de agosto de 1944. Era su hermano favorito, su confidente, el único que
asistió a su boda. Kathleen pasó el duelo sola; no había pasado un mes de la
boda con William, cuando éste tiene que marchar a Francia. No olvidemos que en
ese momento tiene lugar la Segunda Guerra Mundial, y los soldados salen de
todos los estamentos sociales. Así que no sorprende una nueva tragedia en la
vida de Kathleen. Durante la lucha por recuperar para los Aliados una ciudad,
Heppen (Bélgica), que estaba en manos de los nazis, William Hartington muere
alcanzado por la bala perdida. Eso ocurrió el 9 de septiembre de 1944. Rose ya
no tuvo nietos herejes de su hija Kathleen. Además, al no haber tenido
descendencia, la viuda no heredaba nada, pero los Devonshire la arroparon y le
dejaron tener libre acceso a las propiedades. Lord Andrew Cavendish, casado con
Deborah Mitford, heredó el Ducado de Devonshire.
La vida sigue, y en 1948 Kathleen conoce a Peter Wentworth-Fitzwilliam,
conde Fitzwilliam. Peter estaba casado con la heredera de la Guinness, Olive
Plunkett, cuya afición a la bebida había hecho trizas su matrimonio. La situación
financiera y social de Lord Fitzwilliam facilitaría el divorcio y podría
casarse con Kathleen. También era anglicano, como Hartington, pero a estas
alturas, a Kathleen le daba lo mismo lo que pensara su familia. Pero, como ya
no estaba Joseph Jr., esta vez fue John el que se convirtió en confidente de
Kathleen, el que sería depositario de sus esperanzas y sus sueños. A él le
confió que había recuperado la ilusión. Recordemos que la familia de
Fitzwilliam también estaba muy bien situada (aunque quizás no tanto como la de
Hartington), y que Peter tenía mucho éxito con las mujeres (quizás por dinero,
pero lo tenía).
En cuanto a Joseph Kennedy, al principio contrario a la
nueva relación, terminó apoyándola. Quizás guiado por la pena de haber perdido
ya a Joseph Jr., o quizás pensando en ascender dentro del establisment británico,
Joseph Sr. terminó apoyando la relación. Rose Kennedy se aferró, una vez más, a
su fanatismo religioso, y escribió a Kathleen diciendo que si seguía adelante
con la relación, que sería una hija muerta para siempre.
Se dio que Joseph tuvo que viajar a Francia para trabajar
sobre unos planes de cooperación económica con Europa. Se comunica
telefónicamente con su hija y acuerdan encontrarse en Cannes antes de que
Joseph regrese a los Estados Unidos. Peter y Kathleen, que estaban en Londres,
decidieron alquilar una avioneta para ir al encuentro de Joseph Kennedy. El
patriarca había sido muy duro con su hija en la relativo a su anterior pareja,
y quería apoyara en esta unión. Rose no cambió su forma de ver las cosas.
A las 15.30 del 13 de mayo, la pareja se embarca rumbo a Francia
pero, una vez más, el destino se torcerá y las cosas no llegarán a buen puerto.
Hace mal tiempo, y muchos vuelos se han cancelado por seguridad, el Canal es
muy traicionero cuando el tiempo no acompaña. Ni siquiera el recuerdo de cómo
murió Joseph Jr. les frena, y convencen al piloto –Peter Townsend– y emprenden
un viaje sin retorno. Los ocupantes de la nave no tardaron en encontrarse con
una borrasca. Cuando estaban a casi 3.000 metros de altura y sobrevolaban el
Macizo Central, el avión se estrelló a las 5.30 de la tarde en el Mont Lozère,
cerca de Saint-Buzile. Y la historia de Kick y Peter se terminó. El primero en
llegar al lugar de la tragedia fue un granjero local pero todos sus ocupantes
ya estaban muertos. A la mañana siguiente llegaron los primeros equipos de
rescate. Cuando examinaron los restos del aparato (un De Havilland DH.104 Dove),
vieron que Kathleen estaba descalza, tal y como le gustaba estar en las
reuniones sociales de las que tanto disfrutaba.
Los servicios fúnebres en honor de Kathleen tuvieron
lugar el 20 de mayo, y por cortesía de la familia de su difunto marido, los
Devonshire, tuvieron lugar en un cementerio de su propiedad. Acudió lo más
granado de la alta sociedad británica: el hijo del Primer Ministro Británico,
Randolph Churchill; la escritora Evelyn Waugh; Nancy Witcher Langhorse, Lady
Astor, esposa del Vizconde Astor, segunda mujer en conseguir un escaño, pero
primera en ocuparlo; y Anthony Eden, Secretario de Estado de Asuntos Exteriores
entre 1940 y 1945, entre unas 400 personas.
Ya sea por evitar el escándalo que tanto persiguió a los
Kennedy (John había sido elegido para el Congreso en 1947), ya sea por la
sombra del pecado de Kathleen, el único representante de los Kennedy fue Joseph
Sr. El periodista Alastair Forbes contaría muchos años después: “Aún recuerdo
al único Kennedy presente en la ceremonia, en soledad total detrás de los restos
de su difunta hija”. La tragedia no había conseguido ablandar el corazón de la
matriarca, que no acompañó a su marido y ya había condenado a su hija en vida,
no así sus amigos y toda la gente que fue a las honras fúnebres. Deborah
Mitford (de las famosas hermanas Mitford) escribió el epitafio de Kathleen:
“Alegría nos dio y alegría ha encontrado”.
En 1963, John F. Kennedy fue a Irlanda en una visita de
Estado. Buscó un momento para ir al cementerio de los Devonshire y estar en
silencio unos minutos ante la sepultura de Kathleen. Cinco meses más tarde
sería asesinado en Dallas. ¿Recogió el testigo de la maldición de los Kennedy?
Fuentes
Paula Byrne. “Kick: The true story of Kick Kennedy, JFK’s
forgotten sister and the heir to Chatsworth”. Harper Collins Publishers. 2016.
Robert Dallek. “J.F.Kennedy: una vida inacabada”.
Península. 2018.
“Kick Kennedy: The charmed life and tragic death of the favorite
Kennedy daughter”. Thomas Dunne Books.
Lauren Leamer. “The Kennedy women: The saga of an american
family”. New York. Villard Books. 1994.
Muy triste todo lo publicado en cuanto a la maldición de los Kenndy's. Las muertes a temprana edad de casi todos. DEP todos.
ResponderEliminar