Ocurrió el 2 de octubre de 1968. Una concentración
pacífica de estudiantes, reunida en la Plaza de las Tres Culturas de
Tlatelolco, en México D.F., fue agredida brutalmente por soldados del ejército
mexicano y por una facción paramilitar llamada Batallón Olimpia. La Matanza de
Tlatelolco, como así fue conocida aquella tragedia, fue consecuencia de la
represión llevada a cabo por el gobierno mexicano hacia una corriente social,
el movimiento estudiantil de 1968, al que se sumaron profesores, amas de casa y
profesionales de muy diferente origen, que no estaban a gusto con el autoritarismo
del gobierno. En julio de aquel año, tuvieron lugar una serie de protestas, principalmente estudiantiles, en la capital de México. Había una gran descontento con el autoritarismo gubernamental, que no tenía en cuenta la autonomía universitaria, censuraban la subida de tasas escolares y la supresión de las ayudas del Estado.
Logotipo de las Olimpiadas de México 68. Fotografía tomada de la web buscada con Google |
En 1968, México era observado desde distintos lugares del
Mundo por las Olimpiadas que iban a iniciarse el día 12 del mismo mes. las
autoridades mexicanas querían transmitir al resto del planeta una imagen de
normalidad, cuidaban mucho su imagen exterior y, para ello, hizo lo imposible
en controlar las comunicaciones. Por otra parte, y con el fin de canalizar
mejor todas las quejas, los disconformes con el gobierno de la nación crearon
el Consejo Nacional de Huelga.
Preparatoria Ochoterena. Fotografía tomada de la web buscada con Google |
En el mundo se está viviendo la época de la Guerra Fría.
En México, las universidades son foros de debate donde se habla de los
problemas que acosan al país, pero el movimiento toma impulso en las "prepas"
(escuelas preparatorias de acceso a la Universidad), y sale de ellas cuando el
país se acerca a su momento de mayor exposición ante el mundo, los Juegos
Olímpicos, que se celebrarán en octubre del mismo año.
El 22 de julio de 1968, después de un evento deportivo,
tuvo lugar una bronca entre diversos grupos de estudiantes: por un lado,
alumnos de la Escuela Preparatoria Isaac Ochoterena; por otro alumnos del
Instituto Politécnico Nacional. Los granaderos (que no gozaban especialmente
del aprecio de la población) se encargan de dispersar a los participantes en la
bronca. Parece que el ambiente ya estaba caldeado por las diferencias entre el
gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, presidente de México, y los mismos estudiantes,
que reclamaban calidad de vida, igualdad y libertad de expresión, entre otros
derechos.
A la izquierda, Gustavo Díaz Ordaz. A la derecha, Javier Barros Sierra. Fotografía tomada de la web buscada con Google |
Del 26 al 29 de julio, varios centros educativos se
declaran en huelga, lo que sirvió de excusa para que entraran en sus
instalaciones tropas del ejército y de los granaderos. El 29 se produce una
concentración de alumnos del Instituto Politécnico en señal de protesta por la
actuación de los granaderos. Luego tiene lugar otra que conmemora la Revolución
Cubana. Finalmente, las dos multitudes se encuentran y se hermanan.
Se suceden los encuentros violentos, con heridos y
muertos. Uno de los más fuertes fue el que tuvo lugar cerca de la calle 5 de
mayo, donde concurrieron los estudiantes con los policías y granaderos,
saldándose con un número en torno a 500 heridos. También se destruye la puerta
de un edificio por la acción de un arma de gran potencia, una puerta tallada en
el siglo XVIII que había en la Escuela Preparatoria de San Ildefonso.
En la imagen de arriba, Barros Sierra a la cabeza de una manifestación. En la imagen de abajo, tanquetas enfrentándose a manifestantes. Fotografías tomada de la web buscada con Google |
Javier Barros Sierra, el rector de la UNAM, se manifestó
en contra de lo ocurrido. El 30 de julio de 1968, enarboló a media asta la
bandera mexicana que había en la Ciudad Universitaria, y pide la libertad de
los estudiantes encarcelados. Entonces surge aquello de "¡Únete al
pueblo!". Inmediatamente aparece el Consejo Nacional de Huelga, al cual
pertenecen estudiantes y docentes de universidades. El movimiento estudiantil
da lugar a una serie de peticiones que se ponen en conocimiento público el 4 de
agosto de 1968:
1. Libertad a los presos políticos.
2. Derogar los artículos del Código Penal Federal que
permitían la disolución social y sirvieron como instrumento jurídico para
permitir la agresión contra los estudiantes.
3. La desaparición del Cuerpo de Granaderos.
4. Destitución de las autoridades policiales.
5. Indemnización a los familiares de todos los muertos y
heridos desde el inicio del conflicto.
6. Que los funcionarios culpables de los hechos
sangrientos fuesen revocados de sus responsabilidades como autoridades.
Aunque parezca mentira, en este punto, las autoridades
estaban más preocupadas de la proximidad de las Olimpiadas que de los problemas
sociales que había en México. El día 22 de agosto, el gobierno manifiesta su
intención de hablar con los portavoces del movimiento estudiantil, quedando
claro que las conversaciones tendrían lugar ante miembros de los medios de
comunicación.
La "Marcha del Silencio". Fotografía tomada de la web buscada con Google |
El día 26 (otras fuentes dicen que el 27), tiene lugar
una manifestación que marcha en dirección al Zócalo. Durante el transcurso de
la misma, se señala a Díaz Ordaz como culpable del descontento. Sócrates
Campos, representante del movimiento, confía en recibir una respuesta
presidencial: en torno a tres mil estudiantes montaron sus tiendas de campaña
en el lugar. Cuando llega la noche del 28 de agosto, los estudiantes son
dispersados a culatazos. Luego salen varios tanques del interior del Palacio
Nacional. Estos tanques destruyen los asentamientos estudiantiles, mientras que
los soldados se dedican a perseguir y a pegar a los estudiantes, de cuyos
labios salía el grito de "¡México, libertad!".
Durante el mes de septiembre continúa el descontento. Se
insiste en llegar al diálogo entre las diferencias partes, pero el gobierno no
responde, dando lugar a la "Marcha del Silencio" (13 de septiembre),
en la que los asistentes se amordazaron como parte de la protesta. Está claro
que las cosas no se iban a quedar ahí, pues el ejército invade la UNAM el 18 de
septiembre. Barros Sierra deja el cargo de rector unos días más tarde por no
aceptar interferencias ajenas a la Universidad. Siguieron muchos más
enfrentamientos, muchos de ellos con policías infiltrados entre las filas
estudiantiles. En una de estas luchas, los estudiantes hicieron una serie de
trincheras para poner obstáculos al avance de los vehículos blindados que ya
habían sacado a la calle. Esta medida, en principio eficaz, se vino abajo cuando
entró en escena el Batallón Olimpia. La teoría era que este batallón debía
ayudar a proteger a los asistentes a posibles disturbios relacionados con las
Olimpiadas.
El ejército entró en el campus de la UNAM por orden del
presidente de México, el 23 de septiembre, haciendo detenciones totalmente
arbitrarias y propinando palizas a los estudiantes. Aunque la renuncia del
rector Barros Sierra no había sido aceptada, eso no evitó que el número de
protestas fueran en aumento. Como colofón de una huelga de estudiantes que ya
duraba nueve semanas, tiene lugar una protesta contra la acción del ejército:
se juntan unos 15.000 estudiantes procedentes de diferentes universidades.
En medio de toda esta tensión, el 2 de octubre, unos
80.000 estudiantes se juntan en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.
Miles de personas acompañadas de sus familias, se sumaron al gentío que ya
estaba allí. El ejército vigila para que no haya desórdenes, poniendo especial
interés en proteger la Torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Al igual que ya ocurriera en otras concentraciones, se
infiltran soldados pertenecientes al Batallón Olimpia (de unos 600 hombres)
para participar en los enfrentamientos desde dentro. Tropas del ejército
mexicano se dirigen al edificio Chihuahua, empezando así la Operación Galeana.
En este edificio hay muchos periodistas y cabecillas del movimiento
estudiantil, y el ejército cierra la plaza por el este. Esas tropas,
obviamente, van de paisano pero llevan en la mano izquierda un guante blanco para
distinguirse de los verdaderos manifestantes. Los soldados rodean la plaza
empleando automóviles con blindaje. Más tarde, en la terraza de ese edificio,
se encuentran múltiples armas. Alguien observa todo lo que pasa desde los altos
de la iglesia de Santiago, que cerró sus puertas el empezar los altercados.
Iglesia de Santiago. Autor: Ismael Rangel Gómez |
En torno a las 6.20 p.m., el público asistente al mitin
empezó a marcharse tranquilamente. De pronto, las personas que se dirigen al
púbico son forzados por los infiltrados a tirarse al suelo. Sin la más mínima
vergüenza por parte de sus ocupantes, desde un helicóptero se dispara una
bengala: se abría la veda para una cacería de seres humanos. Los
francotiradores del Batallón Olimpia empezaron a disparar desde el edificio
Chihuahua y otros inmuebles de la zona. Los proyectiles iban dirigidos a los
asistentes a la protesta, pero también disparaban a los militares que estaban
allí para hacer creer que el ataque venía de los manifestantes.
Según el periodista Francisco Ortiz Pinchetti, miembros
del Batallón reconocieron haber empezado el enfrentamiento. Pretendieron hacer
creer que se hizo por contestar el supuesto ataque de los estudiantes, y que el
caos empujó las balas hacia los inocentes. No tardó en verse una alfombra de
seres humanos en el suelo de la Plaza de las Tres Culturas. Cundió el pánico. Los presentes huyeron por donde
pudieron. Muchos estudiantes evitaron el peligro refugiándose en sitios
perdidos en los edificios cercanos, pero ello no evitó que los soldados
siguieran con la persecución, es más, allanaron viviendas: muchas personas que
vivían en esos edificios escondieron a manifestantes que huían de las armas, y
ellos también fueron agredidos. De hecho, se habían producido disparos en el
interior de muchos pisos. Aquel aniquilamiento duró hasta el amanecer.
Otros estudiantes se dirigieron a los ascensores pensando
en huir por allí, pero al abrirse se encontraron una desagradable sorpresa: una
manada de hombres con la mano izquierda enguantada les apuntaban con armas y
los dejan en manos de miembros del ejército, que se encargan de sacarlos del
edificio para obligarles después a despojarse de los pantalones y quedarse con
las manos apoyadas en la pared. Entre estudiantes, profesores y personas de
otros sectores, se detienen más de 2.000. Las mismas personas que ocupaban
muchos apartamentos de los alrededores, pudieron comprobar desde sus ventanas,
con horror, que la explanada estaba llena de muertos de diferentes edades y
condición, no solo militares, sino también niños y mujeres.
A las 20.30 se empieza a despejar la plaza. Evacúan a los
heridos y se levantan los fallecidos. No tardó en limpiarse la sangre que
ensució el suelo, y eso que estaba lloviendo; de eso se ocuparon los bomberos.
Vehículos del ejército rodaban por todas partes. También unos setenta camiones,
donde se cargaron los cadáveres como si fueran sacos de cemento. Los que
tuvieron más suerte, los arrestados, fueron dirigidos a varios centros de
detención, sometidos a un aislamiento de días y días, y martirizados con
interrogatorios interminables.
Como suele ocurrir en situaciones de este tipo, a día de
hoy no se sabe la cantidad exacta de víctimas. Debe entenderse como tales no
sólo los muertos, sino también los heridos, los desaparecidos e, incluso, las
más que numerosas detenciones arbitrarias que se hicieron sin las más mínimas
garantías de seguridad de los afectados. Por otra parte, testigos del momento
quisieron calcular el número de muertos según el número de fallecidos por
vehículo, pero tampoco se sabrá la cantidad exacta porque los llevaron al Campo
Militar número 1 para proceder a su incineración. Los detenidos fueron
dispersados por diferentes centros penitenciarios mexicanos. Quisieron hacernos
creer que sólo fueron 20 muertos; con México como centro del mundo por los Juegos
Olímpicos hubiera quedado muy mal que se reconocieran más, y 20 muertos ya eran
demasiado, aunque la cantidad que más suena, según averiguaciones recientes, es
la de 300 fallecidos. El dedo acusador señala al Estado Mexicano, y Díaz Ordaz
a los infiltrados en las filas de los estudiantes. Entre los mandos militares
que participaron en la matanza, figuraban autoridades próximos al círculo
presidencial.
En la imagen de arriba, cadáveres apiñados en una ambulancia. En la imagen de abajo, cadáveres en la morgue. Fotografía tomada de la web buscada con Google |
La prensa extranjera, como Julián Petiffer de la BBC,
pudo ver cómo se ametralló no sólo a manifestantes, sino también a personas que
pasaban por ahí. También la escritora mexicana Elena Poniatowska publicó
impresionantes testimonios, como el de la mujer que buscaba a su hijo y pudo
contar más de 60 muertos. Cuando llegó el momento de atender a los supervivientes,
el personal sanitario no tenía ni medios ni espacio suficiente: donde cabía una
persona tenían que meter a varios. En un alarde de cinismo, Díaz Ordaz se hace
responsable de lo ocurrido, pero nada impide la inauguración de los XIX Juegos
Olímpicos el 12 de octubre de 1968. Lo cierto es que los estudiantes no querían
echar a perder los Juegos, pero sí que todo el mundo se enterase de que en
México las cosas no iban tan bien como parecía.
Las balas de los francotiradores alcanzaron las ventanas de varias viviendas. Fotografía tomada de la web buscada con Google |
Pero más tarde o más temprano se hace justicia (o al
menos eso parece). En 2005, la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y
Políticos del Pasado ordenó que se detuvieran a casi 60 personas relacionadas
con la carnicería. El que fuera presidente de México entre 1970 y 1976, Luis
Echeverría, iría a los tribunales para ser juzgado (aunque luego fue
exonerado). También Julio Sánchez Varga, que fue procurador general de la
República de México; Luis de Barreda Moreno, subdirector de la Dirección
Federal de Seguridad en el momento de la tragedia; y a Miguel Nazar Haro, que
fue dirigente de uno de los grupos armados que intervino en Tlatelolco. Viendo
cómo funcionaba las cosas, quizás se haya conseguido demasiado si aún no se han
hecho desaparecer los documentos de la Fiscalía que se ocupó del asunto. El 3 de octubre la plaza se despertó limpia y en la
prensa se destacó el estado del tiempo.
Monumento dedicado a los caídos en Tlatelolco. Fotografía tomada de la web buscada con Google |
Como siempre, mis felicitaciones por este nuevo artículo. Un tema muy interesante y muy bien escogidas las fotos que lo acompañan.
ResponderEliminarSiempre me ha llamado la atención la facilidad que tienen algunos países para ocultar vergüenzas como ésta, mientras que a España nunca le han perdonado nunca nada.
Incluso, en aquella época, había miles de exiliados republicanos españoles en México y, salvo error, ninguno se atrevió a protestar por estos hechos.
Saludos.
Muchas gracias por tu comentario, Juan. La verdad es que yo conocía esta historia desde hace tiempo, pero cuando estuve investigando para escribir la entrada, no dejaba de sorprenderme a cada paso que daba. Fue una historia infinitamente más brutal de lo que pensaba, y eso que México es un país culto y civilizado. Todavía duelen las heridas, eso es lo más triste.
ResponderEliminar