El 28 de julio de 1914, el Imperio Austro-Húngaro
declara la guerra a Serbia desatando con ello el conflicto bélico que llegaría
hasta 1918. Pero España no se metió, había dos motivos importantes: el primero
era uno que podemos entender muy bien, el país vivía unas circunstancias,
principalmente económicas, deplorables. El segundo, eran la coincidencia de
intereses opuestos dentro de la familia del rey de España, Alfonso XIII: su
esposa, la reina Victoria Eugenia, apoyaba sin disimulo el bando aliado; su
madre, la reina María Cristina era una Habsburgo, sobrina de Francisco José y,
por tanto, apoyaba al bando contrario.
Alfonso XIII retratado por Kaulak |
En otoño de 1914, llega una carta a Palacio dirigida
al rey. Se trata de una lavandière de Bayona. Dejó de saber de su marido
al término de la batalla de Charleroi (Bélgica), y le pedía ayuda para
encontrarlo. Las gestiones realizadas a través de las delegaciones diplomáticas
en Francia y Alemania tuvieron como resultado dar con el hombre y saber que se
encontraba bien en un campo de prisioneros alemán. El hombre no tenía permitido
poner unas líneas sobre papel para comunicar a su familia que estaba vivo. Esta
historia llegó a oídos de la prensa, y empezaron a llegar cartas y caras
procedentes de Francia con destino Madrid, y más tarde de otros países
afectados por la guerra.
A la izquierda, la reina Victoria Eugenia. A la derecha, la reina María Cristina |
Esta situación hizo que el rey decidiera abrir una
oficina ocupada en gestiones encaminadas a velar por el paradero y el bienestar
de los prisioneros de guerra, tanto civiles como militares; era 1915, y se
había fundado la Oficina Pro-Cautivos. De esta manera, miles de personas ajenas
a un país neutral, encuentran respuesta a su desesperación y la ayuda que no
reciben de su propio gobierno. Las familias de los desaparecidos se encuentran
en un punto en que no pueden dirigirse al país enemigo donde se encuentran sus
seres queridos pero, al mismo tiempo, se encuentran abandonados por su propios
gobernantes, más preocupados en la guerra que en la gente que muere en ella.
España fue neutral, pero no indiferente al sufrimiento de millones de personas.
Grupo de prisioneros civiles de la región francesa de Pas-de-Calais, encarcelados en un campo alemán |
El monarca se preocupó porque esta Oficina se viera
siempre como una institución neutral, y lo mismo que el origen de las reinas
españolas era motivo de fricción en el interior de su familia, ese mismo origen
favorece a la hora de dirigir las peticiones de ayuda a países enemigos entre
sí. La idea evoluciona y termina siendo un complejo burocrático destinado a
atender todas las peticiones relacionadas con la guerra europea: regreso a casa
de heridos, búsqueda de desaparecidos, correspondencia entre prisioneros y
familiares, gestión de indultos… Se generaron miles de documentos, en su
mayoría solicitudes de búsqueda de prisioneros para lo cual sólo se emplearon
tres máquinas de escribir.
En la imagen de arriba, Alfonso XIII despachando. En la imagen de abajo Emilio María de Torres |
Las oficinas de esta institución se situaron en los
altos del Palacio Real. Empezó con cinco empleados y superó las 50 personas. Se
dirigió mediante la Secretaría Particular del rey, con Emilio María de Torres
al frente, y se apremió al Cuerpo Diplomático español sito en los países en
conflicto. Según el historiador Juan Pando, «de todo el hacer de Alfonso XIII
en esta acción ejemplar humanitaria sorprenden varias cosas, tal vez la más
imperativa y más inmediata es su capacidad de decisión que muestra con poco más
de 29 años. A finales de agosto de 1914, cuando el embajador de España en París
sabe que las tropas alemanas están a pocos kilómetros de la ciudad, un
telegrama llega al Ministerio de Estado que comunica que tiene plaza reservada
en el tren presidencial, pero Alfonso XIII le manda otro cable que dice lo
siguiente 'Ordeno que te quedes en París, pase lo que pase'.»
Carta de firmada por Emilio María de Torres |
También hizo que oficiales del Ejército Español
visitaran los campos de prisioneros para vigilar las condiciones de vida de
esos infortunados, condiciones que, generalmente, eran deplorables. Se trajeron
de vuelta a casa los soldados con malas condiciones de salud, ya sea por
enfermedad o por herida de arma. Y el más difícil todavía: se consiguieron
conmutaciones de penas de muerte. No hubo distinción acerca del origen de las
personas beneficiadas, eran de cualquier país de donde viniera la petición de
ayuda. La mayor parte de las cartas que llegan a Palacio van dirigidas al rey
Alfonso, pero también a la consorte Victoria Eugenia y a la reina madre María
Cristina.
Una vez instalados en Palacio, los empleados de esta
Oficina organizaron su trabajo. Ordenaron las solicitudes según su contenido y
el estado en que se encontraban; según el color de la cinta que se les ponía,
tal era cómo andaba la tramitación: blanco, rojo y negro, desgraciadamente, el
80% de las cintas. La Oficina funcionó entre junio de 1915 y febrero de 1921.
El rey Alfonso gastó un millón de pesetas de su bolsillo, equivalente a 600.000
euros de hoy. Según Carlos Seco Serrano, Aristide Briand, presidente del
gobierno de Francia, solicitó ayuda para la repatriación de 20.000 compatriotas
a los que la guerra les sorprendió en Alemania, y Alfonso XIII lo consiguió una
vez más.
Aristide Briand |
Por extraño que parezca, el trabajo realizado por la
Oficina Pro-Cautivos es un hecho muy poco conocido en España. Muchos son los
que saben, como algo anecdótico del rescate del algún famoso y dicha liberación se atribuye al supuesto carácter frívolo
del rey Alfonso, pero no es así. En otros países europeos se conoce
perfectamente esta labor, hasta el punto de que fue propuesto para el Premio
Nobel de la Paz de 1917, y también durante su exilio. Ahora, por si alguien
tiene curiosidad, mencionaremos a algunas de las celebridades que volvieron a
la libertad gracias a la Oficina: el rey Alfonso se encargó personalmente de
interceder por el chansonnier Maurice
Chevalier, que estuvo prisionero dos años; el bailarín ruso Vaslav Nijinsky,
retenido en Hungría, pudo huir a Estados Unidos gracias a la intervención del
rey; Arthur Rubinstein, pianista que trabajó con Nijinsky, obtuvo de Alfonso
XIII un pasaporte español. El historiador belga Henri Pirenne fue otro de los
liberados gracias a la intervención del monarca.
A la izquierda, Maurice Chevalier. A la derecha; Vaslav Nijinsky |
Arthur Rubinstein |
Henri Pirenne |
Pero no todo fueron éxitos. También hubo fracasos, y
muy amargos. El hijo de Rudyard Kipling, John, desaparecido en combate, no fue
hallado hasta 1922, y ya había fallecido. Tampoco se pudo hacer nada por Edith
Cavell, enfermera británica acusada de espionaje por los alemanes. Pero si hubo
algo que de verdad dolió al rey, fue no haber podido hacer nada por la familia
imperial rusa. Cuando el gobierno provisional posterior a la revolución rusa
envió a su nuevo cuerpo diplomático al extranjero, el rey Alfonso aprovechó la
presentación de credenciales del embajador Nekliudov para interceder por la
familia del zar. Ya se sabía que éste había muerto, pero no se sabía nada del
resto de la familia. Las otras familias reales europeas -incluyendo las que
mantenían lazos de sangre con los Romanov- miraron hacia otro lado, mientras
que el rey español hizo todo lo que estaba en su mano, aunque en ese momento no
sabía que era algo completamente inútil, dado que la familia de Nicolás II ya
no vivía.
A la izquierda, John Kipling. A la derecha, Edith Cavell |
Los Romanov |
Otra cosa que tampoco se conoce bien de esta época, es
que España se ocupó de las legaciones de varios de los países en guerra.
Representó a los países aliados en territorio de los Imperios Centrales, y a la
inversa, representó los intereses de los Imperios Centrales en Francia e
Inglaterra, por ejemplo. Esta circunstancia, de alguna manera, benefició a las
gestiones de la Oficina Pro-Cautivos, aunque no evitó que bajara el número de
rehenes catalogados, 64.000. También durante la guerra, España combatió duramente
la guerra submarina, desencadenada por el Imperio Alemán y que hundió dos
embarcaciones británicas con ayuda médica. Pero no la combatió con armas, sino
que el rey español ofreció personal para inspeccionar los barcos en partida y
en destino para asegurarse de que esos barcos no iban armados.
Por fin llega noviembre de 1918 y, con ello, el fin de
la guerra. Había cuatro millones de prisioneros y se consiguió que volvieran a
casa más de 10.000. Poco a poco, la tarea de la Oficina Pro-Cautivos fue
quedando atrás hasta quedar en el olvido... Pero en 1931 se proclama la II
República en España, y el rey parte hacia el exilio. Cuando el ya ex-rey llega
al puerto de Marsella, encuentra una multitud que le recibe como a un héroe
pues ellos sí que no habían olvidado su labor a favor de la liberación de miles
de conciudadanos. Y cuando don Alfonso llega al Reino Unido, se desató el
agradecimiento. Gratitud por una hermosa labor que jamás debió olvidarse.
Alfonso XIII en Calais, abril de 1931 |
Bibliografía
Jorge Díaz. Cartas
a Palacio. Plaza & Janés. 2014.
José Antonio Vaca de Osma. Alfonso XIII, el Rey Paradoja. Biblioteca Nueva. 2013.
VVAA. Cartas al
Rey. La mediación humanitaria de Alfonso XIII en la Gran Guerra. El Viso.
2018
Carlos Sanz Díaz/Zorann Petrovici (eds.). La Gran Guerra en la España de Alfonso XIII. Sílex. 2019.